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ESCARAMUSAS EN LA TROCHA


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SEGUNDO CRUCE DE LA TROCHA DE MAXIMO GOMEZ

25.12.2015 10:32

maximo-gomezEL 1ro. de junio de 1875, Máximo Gómez estaba al acecho para cruzar por segunda vez la Trocha de Júcaro a Morón. En esta ocasión rumbo al Camagüey. Lo acompañaban su esposa Bernarda, Manana, la pequeña Clemencia, que les había nacido en la manigua, y dos o tres familias villareñas.

Los españoles reforzaron el enclave para impedir el paso de los refuerzos orientales que debían sumarse al Ejército Invasor, comandado por el Generalísimo, en Las Villas.

Avanzó con su exigua escolta integrada por 15 combatientes. Llevaba un guía excepcional: el avileño Tranquilino Cervantes y un plano del sistema de fortificaciones. Al atardecer pasaría entre dos campamentos. Todo tenía que ser muy rápido para sorprender a los centinelas.

Toques de corneta irrumpieron la tranquilidad. ¿Había sido descubierta su presencia? Con aquella impedimenta y minúscula escolta no podía presentar combate. Entonces ordenó al Coronel Enrique Mola que explorara junto con Tranquilino Cervantes.

Aquella algarabía fue motivada por la llegada de una columna. Gómez aprovechó el desorden momentáneo para cumplir su plan. Clemencia dormía. No sintió cuando Eduardo, asistente de su padre, la cargó.

Los detalles del suceso, años más tarde, el Generalísimo los narró en El viejo Eduá:

"Ya oscurecía, y no contando con que de la parte opuesta el paso estaba obstruido por muchos yareyes derribados para su aprovechamiento, nos fue forzoso cargarnos hacia la derecha, pero lo hicimos tanto que llegamos a cincuenta varas del fuerte, que rompió fuego sobre nosotros. Ordené enseguida que continuara el práctico con toda la impedimenta y nos quedamos los demás entreteniendo el fuego al enemigo para que no quedara envalentonado. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando siento a mi lado gritando: ¡Viva Cuba Libre!

"Era el viejo Eduardo haciendo fuego con un revólver viejo y sin cuidarse de que tenía la niña en sus brazos. Las balas enemigas no dejaban de ser bien dirigidas, pues los enemigos tomaban por blanco el relámpago de nuestros disparos.

—¡No seas bruto, Eduardo!, le grité, qué sé yo con qué voz.

"Enseguida nos retiramos. A poco encontramos a mi esposa, que desesperada y loca volvía en busca de la niña que juzgaba ella que seguía detrás (...) continuamos la marcha para poner distancia entre nosotros y aquel enemigo que si no a aquella hora bien temprano podía perseguirnos. Como a la medianoche la luna se elevaba a su mayor altura, hice alto en un gran potrero, se exploró el campo a la redonda y acampamos. No fue suficiente todo el tiempo que duró la marcha para calmar mi disgusto con el viejo Eduardo. Tampoco la diligencia y asiduo cuidado en preparar la cena a algunos pasos de donde yo estaba con mi esposa y los oficiales (...).

—Eduá, ¿cómo te atreviste a hacer aquello contra mis órdenes, exponiendo a mi hija?

"Y aquel viejo, con la sinceridad de un gran corazón, me contestó llorando.

—Se me olvidó, General, que yo llevaba a Monchita. (Así le decía).

—Lo creo, le dije.

"Quedé desarmado de mi enojo (...)."

Sin tener una baja, gracias a su audacia, y al valor de sus hombres, Gómez burló la "infranqueable" Trocha de Júcaro a Morón. El teniente del fuerte, desde donde dispararon al reducido grupo mambí, informó a sus superiores que habían enfrentado a 1 000 insurrectos, a quienes ocasionaron numerosas bajas. Y como el papel, ya saben, aguanta todo, lo ascendieron a Capitán. Sí señor.