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LA PROMESA DEL CHE A JUAN OLIMPIO VALCARCEL, UN NIÑO DE JAGUEYAL.

29.06.2012 22:33

 

Por José Antonio Quintana.
 
                                       La loca, desnuda, grita con todas sus fuerzas, sin descanso, durante horas. La celda pestilente, anegada de orine, no tiene bancos, solo una meseta que la desequilibrada ha ocupado y no muestra deseos de abandonar. El joven la mira en silencio y la perdona. Sabe que es un método más de tortura y que ella es tan víctima como él. En la estación de la Policía, en la ciudad de Santa Clara, se ensañan con el combatiente que en acto inusitado había intentado desarmar a un soldado en la estación de ómnibus.
 
La jauría que acompaña al coronel Cornelio Rojas, asesino con varios crímenes a cuestas, le propina una golpiza. Cuatro días de agonía. A altas horas de la noche, cuando cabecea rendido por el sueño entran los gendarmes para interrogarlo. Ningún nombre sale de la boca del preso. Apenas tiene 23 años, pero ya es un curtido luchador clandestino.
 
Este fue uno de los muchos episodios en que Everildo Vigistaín Morales estuvo apunto de morir por enfrentarse a la dictadura de Batista. Mas conocido como El Negro solo un puñado de sobrevivientes de la epopeya sabe que su seudónimo, para burlar la persecución, era Eduardo López. Por sus venas corre sangre vasca. Quizás por eso es un hombre rebelde que tejió una leyenda de valor y audacia como combatiente de la lucha clandestina en Ciego de Ávila.
 
De constitución física fuerte, sus músculos crecieron entre los hierros del central Stewart, donde comenzó a trabajar a los 14 años de edad para ayudar a la familia de escasos recursos. Huérfanos de madre, los siete hijos de Enrique, pundonoroso exoficial del ejército constitucionalista no pudieron acceder a la enseñanza Secundaria. La hoja de servicios revolucionarios de El Negro puede llenar las páginas de un libro: fundador de la Juventud Ortodoxa en el barrio de José Miguel Gómez (el Quince y Medio), del Movimiento 26 de Julio, Jefe de Acción y Sabotaje de esta última organización en el poblado de Ciego de Ávila. Cuando desempeñaba este cargo, en febrero de 1957, viaja a La Habana para aprender a usar explosivos. De regreso trajo varios obuses que estremecieron a la ciudad y fue detenido.
 
«A mi novia le pedí que trasmitiera a la brigada que yo dirigía y a la que comandaba Ricardito que realizaran acciones para despistar a la policía. Así se hizo. En varios comercios estallaron petardos: El Lazo de Oro, Los Estados Unidos, La Victoria. El 21 de junio fuimos liberados. Y continuamos en la lucha…»
 
—Siendo un activo combatiente ¿por qué usted no apoyó a la columna invasora que comandaba el Che cuando está cruzó por territorio avileño?.
 
«Yo estaba quemado, acababa de salir de la cárcel. En agosto del 57, después de participar en la huelga de protesta por el asesinato de Frank País tuve que irme de Ciego, a mi hermano Evelio le avisaron que habían ordenado matarme. Me fui a Placetas, donde tenía familia y continué en actividades clandestinas, recogida y traslado de armas y compañeros, distribución de propaganda. Hasta que me incorporé a la guerrilla que comandaba el Directorio Revolucionario en el Escambray, estuve poco tiempo porque me mandaron a Santa Clara para cumplir diferentes tareas. Otra vez caí preso y me remiten a Ciego y de aquí a Camagüey, donde tenía 3 o 4 causas pendientes. Permanecí 4 meses en la cárcel y fui 14 veces a juicio.
 
«Salí a fines de septiembre del 58. El doctor Alfonso Gasnier, coordinador del Movimiento 26 de Julio en Ciego de Ávila, vino a la casa de Mesker, en Vista Hermosa, este norteamericano dirigía la planta eléctrica del Central Stewart. Sus hijos y yo éramos amigos, y él me escondió en su hogar. Gasnier me explicó la necesidad de ayudar a una columna de rebeldes que pasaría por tierras avileñas. Le respondí que si aceptaba esa tarea iba a entorpecerla, ya que enseguida los esbirros me descubrirían. En cambio mi hermano Evelio sí podía contribuir, porque conocía a muchos campesinos de Jagüeyal, de la zona sur por donde irían los invasores, y no se encontraba “quemado”.
 
«Gasnier estuvo de acuerdo y los guerrilleros comandados por el Che recibieron alimentos, medicinas, prácticos y otros recursos para proseguir la marcha. En la finquita de mi familia escondimos a Rolando Pardillo, invasor que por la inflamación de sus pies no pudo continuar caminado. Él se restableció, no quiso pelarse ni dejar las armas y con otros compañeros más tarde se unió a la Columna en Las Villas. Me contó después del triunfo de la Revolución que el Che cuando lo vio dijo:
—Mira, el que se apendejó.
«Sin embargo, Pardillo no perdió la calma, le contó su historia y él lo aceptó otra vez en la tropa. Porque a quien sí no perdonaba el Che era al que abandonara las armas.
 
«En esos días de octubre de 1958 comenzó una historia que tuvo un final trágico. Sus protagonistas fueron el Che y Tin (Juan Olimpio) Varcárcel, un niño muy pobre que ayudó a los invasores».
 
La yegüita trota por los trillos que desanda cada día. Su jinete es un adolescente de 13 años. Le dicen Tin. Y una enfermedad y la falta de dinero para recibir atención médica lo atan a unas muletas. Pero no ha perdido la alegría. Con su juguete preferido se siente rey de la sabana, príncipe de la costa. Galopa feliz. La compró con el dinero que ganó vendiendo el carbón producido por sus manos de niño-hombre.
 
Ese día se encuentra en la Rosa Liberal con los barbudos que dirige el guerrillero argentino. Se suma a la columna. Ayuda en todo lo que necesitan los rebeldes. Se brinda para seguir con ellos. El Che no lo acepta, es muy joven y con su incapacidad física limitará los movimientos de la tropa. Él insiste. Y le regala su juguete preferido para trasladar a los heridos y enfermos.
 
El Che, conmovido por el gesto, le promete que cuando triunfe la Revolución lo mandará a buscar para que estudie en La Habana y reciba tratamiento médico. Tin guarda silencio. La guerrilla se pierde en el horizonte. «Todavía estaba el Che en la zona sur. Evelio, mi hermano, pidió permiso y me llevó hasta Placetas. Luego fui a La Habana, estuve ingresado en el Hospital Universitario, ya que como consecuencia de dormir tanto tiempo en el piso en la cárcel y de los golpes que me dieron los guardias sentía grandes dolores en la columna vertebral. En el mes de noviembre me alcé en el Escambray. Participé en la toma de Fomento, Banao y Santa Clara.
 
«En Fomento fue donde conocí al Che. Estábamos en un murito, luego de la ocupación del poblado, cerca del cuartel. Nieves72 , Dreke73 , Guillermo Anido74 y Pedro Cruz “Pelón”75 oíamos al Che. En eso viene un hombre vestido de blanco, muy elegante, con sombrero, se veía que no era una gente humilde. Sonriendo le extendió la mano al Comandante mientras le decía:
—Lo felicito Comandante.
El Che no lo saludó. Se quedó mirándolo de arriba a bajo:
—A mí no tiene que felicitarme, felicite a mis muchachos, que son los que pelean y mueren. El Che estaba encabronao porque nos habían matado a algunos compañeros en la acción.
 
«Después de triunfo volví a verlo. Sería el 9 o el 10 de enero del '59. Me encontraba en el despacho de Camilo en Columbia. Allí estaban el comandante Aldo Vera, Raúl Nieves, y otros compañeros. Vino una viejita a preguntar por su hijo René Bedia76 , expedicionario del Granma. Nosotros le dijimos que no sabíamos, entonces vimos al Che que se acercaba por un pasillo».
—Mire señora, ahí viene el Che, él también es expedicionario, puede ayudarla.
«Ella estaba ansiosa, le habían dicho que su hijo era uno de los mártires del combate de Alegría de Pío. Le explicó al Comandante su tragedia. Él le puso la mano sobre los hombros y con ternura le respondió:
—Ay mi viejita, a su hijo yo lo quería mucho, sí mi viejita él murió.
«Había un silencio sombrío. Cerca de nosotros estaban unos altos oficiales de Batista, que portaban sus pistolas de reglamento. El Che los miró y para que lo oyeran subió el tono de la voz:
—Por eso, mi vieja, estos no pueden compartir la Revolución con nosotros.
«Los oficiales escucharon sus palabras, pero se hicieron los sordos, aunque estaban armados».
 
El 14 de febrero de 1959 El Negro fue designado jefe de la Policía Nacional Revolucionaria en Ciego de Ávila. Desempeñaba estas funciones cuando su historia se entrecruzó con la Tin Varcárcel y el Che. En la fortaleza de La Cabaña, cuartel general de las huestes del Che Guevara, dormir era un lujo. A pesar de la vorágine de trabajo el Comandante recuerdó la promesa que le hizo a Tin.
 
«El 5 de marzo llegó un radiograma firmado por el Che. Me ordenaba que enviara a Tin a La Cabaña. Fui al Quince y Medio a cumplir enseguida con este mandato. Llegué y le informé a María, la madre del muchacho y a Nazario, el padrastro, la encomienda. Este le dio el dinero que tenía, 18 pesos, ellos eran muy pobres. La alegría saltaba en los ojitos vivarachos de Tin. Los traje para la casa de Silvia Meso, dirigente del Movimiento 26 de Julio, quien les entregó 10 pesos más para el viaje.
«Me faltaba encontrar a la persona que llevara a Tin. Me acordé entonces de un combatiente de Sancti Spíritus o Villa Clara que había venido a recoger
un carro que se le rompió al capitán Jesús Suárez Gayol77 , pero ya estaba arreglado. Hablé con este compañero, pidiéndole que entregara personalmente a Tin al Che. Y se fueron.
 
«Los cogió la noche en el camino. No pasaron unas horas cuando nos dieron la fatídica noticia. En el asiento de atrás Tin y su mamá dormían. El chofer iba cansado y no conocía que a la entrada del puente del río Jatibonico del Norte, cerca de Mayajigua, era necesario subir por dos tablones. El carro se desplazaba muy rápido, cuando una goma hizo contacto con la zanja explotó y el vehículo se precipitó hacia las aguas crecidas
.
«El chofer logró salir, pero Tin y María quedaron atrapados. El trágico suceso causó un dolor indescriptible entre los avileños. Casi a la hora del sepelio recibí otro radiograma del Che. Esta vez me ordenaba que se ascendiera póstumamente a Tin al grado de primer teniente muerto en campaña y que se le rindieran los honores correspondientes a un oficial rebelde en reconocimiento a los servicios prestados a la Columna Ocho Ciro Redondo durante los días más difíciles de la invasión. Así se hizo. Fue triste el final de esta historia en la que se demostró que el Che era un hombre de palabra, que cumplía lo prometido.