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FEDERICO DELGADO TORRES, EDMUNDO DE LIBIA, EL ROMANTICO DE LAS ESTRELLAS.

11.04.2013 21:14

Federico Delgado Torres, un muy conocido periodista avileño de la República

Por el Lic. Ricardo Benítez Fumero, y los MSc Ángel Cabrera Sánchez y
Mayda Pérez García.


Durante la república mediatizada, la provinciana ciudad de Ciego de Ávila
destacó por su movimiento cultural. Situada entre Camagüey y Sancti
Spíritus, recibió influencias políticas, económicas, culturales y sociales
de ambas partes.

La construcción del ferrocarril central en 1902 y de la carretera central
en 1931, contribuyó al desarrollo de una zona que, desde temprano,
prosperó gracias a los centrales azucareros levantados en su territorio.

Con el advenimiento del período republicano, surgieron periódicos que
reflejaban la nueva situación de la localidad, entre ellos La Región, El
Liberal, Diario de la Trocha y El Pueblo.

Hacia la segunda década del siglo XX el nombre de Federico Delgado Torres
destaca como uno de los periodistas más importantes de la ciudad. Su
condición de mulato, y el espíritu bohemio de la época, contribuyeron a
que fuera una de las principales figuras de la cultura en aquel entonces.

Había nacido en Manzanillo en 1895, hijo del coronel mambí Federico
Delgado Montenegro, de la tropa de Antonio Maceo, y de Inés Torres.
Desavenencias matrimoniales provocaron que la progenitora se trasladara
con sus hijos a Ciego de Ávila, donde residían otros familiares desde
tiempo atrás.

Para salir adelante, la progenitora dedicó gran parte de su tiempo a lavar
la ropa de familias pudientes, lo cual le permitió educar a la prole en
los mejores colegios avileños. De ese modo, una de las tres hijas llegó a
ser pianista (y luego modista), en tanto los varones, Federico y Maceo,
aprendieron lo suficiente para destacar uno como poeta y periodista y otro
como tipógrafo.

Desde niño sintió afición por la literatura. Algunos de sus cuentos fueron
publicados en la revista El Mensajero, fundada por Enrique García Pérez en
1918.

Para ayudar a la economía familiar se hizo tipógrafo. Trabajó en algunas
de las imprentas que en la época existían en Ciego de Ávila, y en especial
en la llamada Gutemberg, donde actualmente está la casa de la trova Miguel
Ángel Luna. También laboró en la de su hermano Maceo, quien solía
ocuparlo, porque, dado su carácter errante y desinteresado, no se sentía
comprometido con un oficio fijo.

Según sus contemporáneos, llegó a ser un escritor ágil de espíritu
refinado, aunque rebelde y de conversación fácil. De él diría años después
José Inda Hernández: “Escribía sus cosas, de las más variadas cuestiones,
en el linotipo […] directo al plomo,  Poco había que corregir de sus
producciones claras, acabadas y gratas. Escribía, reía y charlaba al mismo
tiempo, siempre sonriente en su elocuencia anecdótica, de andariego,
calavera nocturno; mezclaba, sin querer tal vez, mentira y verdad. Cuadros
bien traídos de aventuras vividas o soñadas.”
Acerca de sus habilidades, testimoniaría Álvaro Betanzos Noa, cajista y
prensista del diario La Región, donde también laboró Federico en los años
20 del siglo pasado. Según este testigo, en la segunda y tercera páginas
del periódico, Federico escribía al plomo sus románticos trabajos.

Tenía renombre como periodista en 1929. En El Álbum Rojo de aquella época
se reconoce su larga trayectoria en varios periódicos locales. Su firma
quedó estampada en artículos publicados en El Liberal, La Región, El
Diario de la Trocha y en semanario El Bohemio, del cual llegó a ser
director.

En 1938 editó la revista dominical Sueños, la cual dedicó a asuntos
generales, pero principalmente a la mujer. Amén de la crónica social, tan
común entonces, rompió lanzas para defender los derechos femeninos.

Fue en La Región donde dio a conocer el seudónimo Edmundo de Libia, bajo
el cual publicó poesías de amor en diferentes metros. Y, según expresión
propia, donde más a gusto se sintió fue en el semanario El Bohemio,
publicación que su contemporáneo el locutor Pedro Margolles Valdés
calificara como “órgano revolucionario y exquisito, de resonancia
nacional.” El Bohemio pertenecía a Juan Antonio Fernández Pellicer.

Testimonios familiares aseguran que profesaba ideas progresistas, apoyaba
al Partido Socialista Popular (PSP) e incluso imprimía  volantes y otras
propagandas. De esa inclinación baste recordar que de sus siete hijos, a
uno lo llamó Stalin, en homenaje al líder soviético de igual nombre. Se
sabe que también recibía en su casa y en la imprenta a los delegados del
PSP que visitaban Ciego de Ávila.

Lo cierto es que desde sus inicios en la profesión aglutinó a su alrededor
a la juventud pensante de la ciudad. En los años 30 y 40 creó tertulias
literarias en disímiles lugares, y las más recordadas son las del la
antigua farmacia Canadá y la de la taquilla del cine Iriondo. Era tal su
influencia, que José Inda llegó a considerarlo “padre literario de aquel
círculo de creadores.”

Federico Delgado figura como uno de los fundadores de la Asociación de la
Prensa en el territorio avileño. Hubo un primer período de esa entidad en
1920, pero reaparece con nuevos bríos en 1936. Junto a él destacan los
nombres de Enrique García Pérez, Antonio Benedico Rodríguez, Francisco
Escamez y otros.

Los afiliados tenían oficinas en el edificio del Ayuntamiento de la
ciudad, situado en calle Independencia esquina a Marcial Gómez. Allí se
reunían, celebraban las fechas patrias y tomaban decisiones acerca del
sector.

En esta etapa de la Asociación, como miembro de la junta General de la
Delegación avileña, batalló contra los periodistas “improvisados” – las
llamadas “botellas” de entonces-; quería que quienes escribieran fueran
periodistas verdaderos, y “no esas personas a quienes se les pagaba por
escribir ciertas cosas.”

En sus ratos de asueto compartía con amigos y colegas en cafeterías y
bares. Federico, Edmundo de Libia (se dice que tuvo otros nueve
heterónimos) hizo de la bohemia una manifestación de su espíritu refinado.

En esas horas hacía acopio de su profunda cultura, para admiración de sus
correligionarios, o escribía cartas de amor que le pedía la gente. Es fama
que mantuvo correspondencia epistolar con escritores de todo el país, y su
verbo posibilitó más de una vez la concertación de algún que otro
matrimonio.

Ese mismo espíritu desinteresado y vagabundo que lo caracterizó, hizo que,
hastiado de la política cubana durante la República, poco a poco se
alejara de los medios intelectuales. La familia que creó siempre vivió
precariamente, y pudo salir adelante gracias a la discreta ayuda que su
hermano Maceo le propiciaba.

En sus últimos años abandonó ese periodismo que, según Inda, poseía
“buenas esencias morales”. El “maestro entero”, como también lo llamó,
trabajó a partir de 1940 en la Clínica Olazábal (Maceo, entre Carretera
Central y República) en calidad de contador, para poder alimentar a la
esposa e hijos. Es obvio que allí también reunió a su alrededor a muchas
personas que lo consideraron imprescindible, y más de uno lo calificó como
“romántico amigo de las estrellas.”

Federico Delgado Torres falleció a los cincuenta y siete años, agotado por
las penurias y la vida negligente que llevó. Aunque la familia veló sus
restos en su humilde casita del Barrio Central, los antiguos colegas de la
prensa concertaron que, al menos, se le rindieran honores por dos horas en
el Ayuntamiento municipal.

El 2 de enero de 1952, cientos de personas, muchas de ellas procedentes de
Morón, acompañaron el cortejo desde el Parque Martí hasta el cementerio de
la ciudad. Contertulios, tipógrafos, dueños de imprentas y hasta sus
amigos de copas y canturías acudieron a ofrecerle el último adiós.

Rindieron tributo al poeta, al hombre de virtudes ciudadanas, de los
sueños de justicia, al escritor de artículos en pro del auge y
mejoramiento de Ciego de Ávila.

Fuentes documentales:

-    Álvarez González, Ileana, Las revistas avileñas de las cuatro primeras
décadas del siglo XX, Cuaderno Rumbos, I, 2008
-    Hernández Báez, Raúl, Guía general de Historia de Ciego de Ávila,
Camagüey, 1956
-    Quintana García, José Antonio, La prensa avileña (1915-1924), Revista
Videncia, No. 29, 2012

Testimonios de los familiares Roberto e Inés Antonia Moreno Delgado Peláez
y del compositor y amigo Osvaldo Hernández O ´Really (Tito)