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ESCARAMUSAS EN LA TROCHA


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EL ÚLTIMO VUELO DEL AGUILA DE LA TROCHA

10.04.2013 19:01

 

     
Por José Antonio Quintana García
Simon-ReyesSimón Reyes Hernández pasea por la calle Independencia, arteria principal de Ciego de Ávila, conocida como la Ciudad los Portales, donde están los comercios más importantes del poblado. El eclecticismo derriba poco a poco los viejos códigos constructivos. A su paso, los avileños se quitan el sombrero como merecida reverencia ante un héroe mambí. 

Acompañado de su amigo Laureano Gómez llega al café El Trocha. Conversan. Se acerca un antiguo enemigo de los campos de batalla: el teniente Ovidio Ortega, quien fue miembro del Ejército Español y ahora muestra orgulloso su uniforme de integrante de la Guardia Rural.

Es un hombre resentido. Muy nervioso en los últimos tiempos. Parece que la responsabilidad de Jefe del Escuadrón A del nuevo cuerpo militar creado por los norteamericanos le queda grande. Tiene a su cargo la vigilancia de la región de la 
Trocha de Júcaro a Morón, comarca donde merodea el bandido Inocente Solís, exmambí que perteneció a la tropa del Coronel Simón Reyes durante la Guerra del '95. Todo un personaje novelesco. A pesar de las medidas excepcionales que se han adoptado para capturarlo se escabulle una y otra vez cual si tuviera poderes sobrenaturales, como se murmura en el vecindario y en otras partes del país. La prensa nacional lo ha convertido en un mito y Ortega cada día está más presionado.

Ortega tiene sus sospechas. Considera que el Coronel es cómplice de Solís y así se lo hace saber frente al casi siempre concurrido establecimiento. Le exige que lo entregue a las autoridades e intenta quitarle el revólver con el pretexto de que no tiene licencia para portarlo.

Los sobresalientes pómulos del Coronel se encienden y la mirada chispea. La respuesta para en seco al arrogante militar: "Si se atreve a cogerlo por el cañón se lo entrego." El incidente pudo concluir allí. Pero no fue así. La suerte del intrépido Coronel —tal vez el hombre que más burló la vigilancia española en el sistema de fortificaciones, secundó el llamado libertario de Carlos Manuel de Céspedes con apenas 10 años de edad y participó en cientos de combates— estaba echada.

SE TEJE LA PATRAÑA
Ortega esa noche no durmió. Cuando los primeros rayos del sol jugueteaban sobre las tejas de la ciudad ya había tomado una decisión: acusaría a Simón Reyes ante el gobierno del delito de esconder a un prófugo de la justicia. En el almanaque subraya una fecha: 27 de octubre de 1913.

Mientras tanto, el Coronel pelea en su otra guerra, allá en su finca Las Casitas, en Majagua. En verdad, casi no es dueño de aquel pedazo de tierra, pues meses antes había tenido que hipotecarlo. Cuando se entera de la sucia maniobra de Ortega habla con el Coronel Justo Sánchez, veterano de la insurrección, avecindado también en territorio majagüense, quien lo acompaña hasta La Habana. Allá se entrevistan con Carlos Hevia, secretario de Gobernación. Le solicitan el traslado de Ortega, pero es denegado su reclamo. 

Luego se reúnen con el general José de Jesús Monteagudo, jefe del Ejército, quien da la misma respuesta y le pide a Simón que entregue al bandido. "Usted tiene a la Guardia Rural para perseguirlo y si lo ven en mi finca pueden capturarlo vivo o muerto, yo no soy entregador de hombres."


José de Jesús MonteagudoGeneral José de Jesús Monteagudo, jefe del Ejército, responsable, también, del asesinato de Simón Reyes Hernández

Al cerrarse la puerta, Monteagudo toma la pluma y de una sentada ordena a su subordinado en Ciego de Ávila que actúe como estime conveniente. Los días del Águila de La Trocha están contados.

SE BUSCA UN ASESINO
Francisco Morales, jefe del puesto de la Guardia Rural en el poblado de Gaspar estruja con indignación el papel que le ha llegado firmado por el propio general Monteagudo. Al principio piensa que no puede ser cierto lo que se le pide. En su mente no hay espacio para la idea de que, quien fuera alto oficial mambí, ordenara el asesinato de un patriota. Sus ojos repasan las infames líneas y comprende que no se trataba de una broma y, mucho menos, de un error. Da la callada por respuesta.

Sin embargo, unos días más tarde es citado al cuartel general del Ejército. Allí se mantiene firme y pide su licenciamiento, lo cual, después de una fuerte reprimenda del General, es aceptado. Con el alma vuelta al cuerpo regresa al pequeño caserío de Gaspar, pero no todos tienen su hidalguía.

El cabo Joaquín Pinto Bonora y el soldado Estanislao Hernández Flores sueñan con recibir ascensos. El primero de ellos está ubicado en el cuartel de Guayacanes y el otro en Chambas. Son buenos tiradores y astutos. No se andan con chiquitas. Por un ascenso cumplen cualquier cosa, incluso, hasta asesinar.

Aunque, por otro lado, no quieren arriesgarse demasiado. Saben que al morir Simón Reyes de manera violenta se levantará gran revuelo en la sociedad avileña y más allá de las fronteras locales. Por eso, piensan que es mejor que otro exponga el pellejo.

"De acuerdo, lo haré", expresa Benigno Rivero, conocido por Sagua, y el funesto pacto queda sellado. Para actuar con más eficacia piden una licencia de cinco días a sus jefes.

EL CRIMEN 
Con dos de sus hijos y Mariano Pereira, un vecino, Simón Reyes parte bien temprano hacia el campo, en Las Casitas. Es 16 de noviembre de 1913.

Mientras, Sagua y sus compinches esperan, emboscados, al lado del camino. Averiguaron el itinerario del Coronel. Todo lo tienen planificado. El asesino prueba el fusil que le han entregado. Sus manos apenas sudan y la vista la mantiene fija, sin pestañear, en el horizonte. 

Ya se acercan las dos carretas de tirar caña. Simón Reyes avanza erguido en su caballo, absorto en sus pensamientos. De pronto escucha el conocido silbido de una bala. Casi roza su cuerpo y después hiere la manigua.

Todo ocurre en segundos. Descubre al atacante. Sin pensarlo mucho se dispone a vender cara su existencia. Empuña el revólver, le dispara. Sagua avanza. Ya está a 10 metros. De un balazo, esta vez certero, derriba al legendario mambí, a quien la vida se le escapa enseguida.

EL ENTIERRO
La noticia se esparció con rapidez por todos los confines de la región y de la nación. Numerosos telegramas llegaron a la familia desde los más lejanos lugares. Una muchedumbre cubierta por el silencio condujo el cadáver por las calles de Majagua. Era el funeral mayor ocurrido en la historia del poblado.

Más tarde es llevado al Ayuntamiento de Ciego de Ávila. El Coronel Justo Sánchez, Severo Pina, Rafael Sánchez, entre otras personalidades le rinden homenaje. El día 17, a las 9:30 de la mañana, parte el cortejo fúnebre hacia el cementerio, donde el político y periodista Emilio Martínez Quiroga despide el duelo.

EL JUICIO
Los causantes de la muerte de Simón Reyes no tardaron en ser descubiertos y llevados a prisión. El proceso legal se extendió durante un año, en el cual afloraron los fraudes. Finalmente, el 30 de noviembre de 1914, en Camagüey, los tres procesados fueron condenados por un tribunal presidido por el doctor Sixto Vasconcellos. 

Benigno Rivero, a cumplir la pena de 14 años, ocho meses y un día; Joaquín Pinto Bonora y Estanislao Hernández Flores, a ocho años y un día de prisión.

El voto estuvo dividido entre los jueces, pues el presidente y el magistrado Temístocles Betancourt se pronunciaron por la misma condena para los tres al considerarlos, por igual, como autores de homicidio.

También quedaron obligados ante la Ley a pagar una indemnización de 5 000 pesetas a los herederos del malogrado Coronel Reyes.

Los que ordenaron el asesinato continuaron disfrutando de los beneficios que emanaban del ejercicio del poder, y durante el mismo gobierno de Mario García Menocal los tres implicados directos en el crimen fueron liberados.