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EL PRIMER CENTRO DE ACOPIO DE CAÑA EN CUBA, ZAFRA 1966

28.06.2012 17:18

 

Por José Martín Suarez (El Bolo).

 

                                         Diálogo con los obreros del Centro de Acopio.

 

Con los claros del amanecer del 9 de abril de 1966, aproximadamente 400 macheteros voluntarios del Batallón Nacional del Sindicato Azucarero, integrado por 12 brigadas y radicado en Jagüeyal, al que todos preferían llamar simplemente como «El Batallón de Conrado» (en alusión a Conrado Bécquer, dirigente nacional de los trabajadores azucareros que estaba al frente de la fuerza), ya se encontraban en los cortes.

Una gran responsabilidad recaía sobre ellos: suministrar la caña al primer Centro de Acopio que funcionaba de forma experimental desde la zafra anterior en la provincia de Camagüey. Avanzada la mañana, el ruido de un helicóptero detuvo por unos segundos el golpe de las mochas sobre los plantones. ¡Es Fidel!, fue la exclamación unánime, inequívoca. Todos miraron al cielo y pudieron comprender que el aparato se dirigía en dirección al Centro de Acopio que funcionaba a plena capacidad. 

 En medio de un ruido ensordecedor producido por los motores y la propia caña al ser transportada y picada, el Comandante recorrió el centro. Inmediatamente entabló dialogo con los doce obreros que lo operaban. Como ráfagas de ametralladora fueron sus preguntas sobre los más mínimos detalles de la iniciativa tecnológica que revolucionaba la cosecha cañera, iniciativa de los ingenieros del Ministerio del Azúcar (MINAZ) de apellidos Fiol y Henderson, (uno como proyectista y otro como ejecutor).

Al indagar sobre los elementos integradores de la instalación y la secuencia del flujo le explicaron que estaban constituidos por camiones que tiran la caña desde el campo al Centro, la grúa que voltea y levanta la carga en la tolva –caja de hierro abierta por abajo– donde funcionan unos instrumentos llamados «gallegos» que evitan la entrada a torrentes de la caña en la estera que las lleva vertiginosamente a las cuchillas donde se encuentran con un primer ventilador; el proceso continúa, -le dicen- cuando caen las cañas a un rastrillo que lleva la ola de trozos a otro ventilador y de ahí a un nuevo rastrillo que conduce la caña limpia y picada en trocitos a los carros jaula del ferrocarril que finalmente transportan al central la materia prima en óptimas condiciones. Por último le exponen la necesidad de utilizar un tractor para retirar la paja, pues de lo contrario se acumularía en la explanada y que se estudiaba el aprovechamiento cabal de ese desperdicio

Concluida la ilustración Fidel constató personalmente las bondades del novedoso sistema de cosecha. En la cabina de mando conoció que la norma de procesamiento era de 60 000 arrobas cada veinticuatro horas, aunque este índice había sido superado ampliamente en días anteriores cuando se produjo un record de 103 032 arrobas de caña procesada, cifra que le cautivó, felicitando al colectivo. 

Antes de partir, escuchó la opinión de Luis M. Arza, diestro mecánico y electricista del central Venezuela, quien le dijo:

Comandante, quiero que usted sepa que el Centro de Acopio para nosotros es una cosa formidable, mucho puede contribuir a elevar la productividad de los macheteros y eliminar materias extrañas, como la paja, que afectan el proceso fabril en el ingenio. Esperamos que con la práctica se le introduzcan nuevas mejoras y eleve su ya alto rendimiento, en una palabra, este centro es bueno, muy bueno».4

 Fidel valoró las ventajas del ensayo y su juicio fue positivo a la generalización de estos centros, no obstante reflexionó en voz alta: «Es evidente que para obtener el mayor éxito en los centros de acopio cañeros es necesario partir de un punto organizativo, es imprescindible crear un estado organizativo tal que permita que todos los canales funcionen sincronizadamente». Tiene usted toda la razón, Comandante, así es, —comentó Conrado Bécquer¾ quien añadió: «su razonamiento lo hemos comprobado en la práctica y todo tiene que funcionar con la precisión de un reloj; no puede fallar un eslabón en la cadena, porque de lo contrario se forma un cuello de botella o surge un bache, un vacío, que interrumpe el proceso desde el campo hasta el propio central.» 5

A duras penas pudo abandonar el lugar porque el pueblo se había congregado en la explanada y todos querían saludarlo, hablar con él.

 

                                                                  Encuentro con los macheteros.

Por fin puedo arribar al campamento del batallón de macheteros. Ansiaba el encuentro, quería dialogar con los protagonistas sobre las experiencias que aportaba la nueva modalidad de corte y recolección.

¡Llegó! ¡Es Fidel!, repetían los hombres presentes en el campamento. A muchos se les humedecieron los ojos y les temblaron las manos, pero el Líder creó, enseguida, un ambiente de absoluta confianza. Comenzó a investigar personalmente, les preguntó a todos la situación de sus compañeros, sobre la familia, la alimentación, los promedios que alcanzaban, las opiniones sobre el Centro de Acopio.

Habló desde una improvisada tribuna levantada en el patio y luego, sentado en un balance de madera y pajilla, conversó con ellos.  El diálogo más extenso lo sostuvo con Fernando Petegrave Moroña, machetero que en la zafra anterior había promediado 547 arrobas de caña en corte tradicional y durante los días que transcurrían de abril sobrepasaba las 1 172 arrobas derribadas por jornada al aplicar la modalidad de corte para Centro de Acopio.

El destacado trabajador le expresó que se agotaba menos cuando cortaba bajo la nueva técnica y él, acostumbrado a esa dura labor ganaba esfuerzo físico el ciento por ciento, mientras el cortador voluntario sin experiencia podía hacer un 60 sobre lo normal cuando picaba de esa forma y era más ventajoso cortar la caña grande.

También le explicó que las cañas de más alto rendimiento no eran las óptimas para la mecanización por combinadas, sin embargo, sí para el corte manual con paja, basado esto último en la lógica de dos trozos en tres cortes a la planta. 

Con admiración, Fidel conoció que los integrantes del batallón cortaban caña de noche, auxiliados por una planta eléctrica móvil, con excepción de los que no habían alcanzado el sexto grado quienes aprovechaban la jornada nocturna para estudiar.

Así constató, por boca de los protagonistas, las ventajas del ensayo puesto en práctica y reiteró lo positivo de extender la experiencia a todo el país.