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EL CHÉ, SIEMPRE ESTA ABRIENDO PUERTAS

29.06.2012 22:01

 

Por José Antonio Quintana.
 
                                          —Oye Guajirito, para allá va el segundo Comandante de la Revolución. Cortará caña. Reporta sus actividades.
Nervioso, Gerónimo Álvarez Batista, un joven de 18 años, apretó aún más el teléfono. No entendía las palabras de Blas Roca, director del periódico Hoy y líder histórico del Partido Socialista Popular (PSP).
—¿Quién?
—El argentino, guajirito, el argentino.
—¿Quién?
—Compadre, el Che.
 
Así recibió la noticia de que el Che estaría en territorio avileño, en el mes de febrero de 1963, para iniciar la cosecha mecanizada de la caña de azúcar. Gerónimo vivía en Morón, allí era corresponsal de los periódicos Hoy y Adelante. Al día siguiente de esta conversación salió apresurado en su motocicleta hacia los campos de caña donde se encontraba el Guerrillero Heroico. Lo halló subido en la máquina cortadora y esperó el momento oportuno para pedirle a uno de los escoltas que quería fotografiar al Che. El soldado, un veterano de la Sierra Maestra, le dijo que debía pedirle permiso al mismo Comandante.
 
«Aunque nervioso, pues era la primera vez que iba a entrevistar a uno de los líderes de la Revolución me acerqué y le expliqué mis intenciones. Me daba ánimo el hecho de que el Che, según sus enemigos, tenía ideas comunistas y como yo representaba al periódico del PSP creí que ello favorecía mis intenciones.
—¿Y para qué periódico usted escribe?
—Para Hoy.
—No, para ese periódico de comunistas yo no me dejo fotografiar.
«Se me enfrío el alma. No capté su sentido del humor. Él observó mi turbación».
—Dale, tira, me ordenó sonriéndose.
«Y yo desplegué mi Kodak viejísima, de cajón».
—Pero con esa mierda me vas a fotografiar.
—Comandante es que el periódico de los comunistas es muy pobre.
 
«Le dio gracia mi salida, y se dejó hacer unas cuantas fotos. Después me fue cogiendo aprecio porque notaba mi interés. Yo llegaba puntual, bien tempranito, en la moto también destartalada con aquella cámara que partía el alma, pero con mucho entusiasmo por el desempeño de mi trabajo. Además a él le gustaba mi actitud de fajarme con la caña como un obrero más. Jajaja. Esa moto me dio un susto. Un día estábamos descansando y me dijo:
—Préstame acá ese cacharro.
«Cogió la moto y salió como un rayo. Todos admiramos su destreza. El rollo fue cuando regresó. Trataba de pararla y no podía.
—¿Cómo para este cacharro?, gritó mientras hacía malabares.
—No tiene frenos Comandante, tiene que pararla poco a poco.
«Sus escoltas me querían comer. Por suerte él había manejado una moto en su juventud, cosa que yo no sabía y logró dominarla y salir de aquel apuro.
 
«Él era un hombre de detalles. No olvidaba con facilidad las necesidades de los demás. Después que se marchó fui a La Habana a una reunión de trabajo y Blas Roca me entregó una cámara nueva. Luego conocí que el Che le había contado los trabajos que yo pasaba con la de «cajón» y le pidió que me diera otra de más calidad. Por el resultado de mi labor mis compañeros me eligieron Vanguardia en la emulación sindical. En aquella época además del estímulo moral te obsequiaban presentes materiales. El comandante Rogelio Acevedo, su subordinado desde la Sierra Maestra, que entonces ocupaba un cargo político en Camagüey me dio una moto para mi trabajo, le agradecí la acción. Me dijo: ‘No, a mí no, dale las gracias al Che’. Recordaba así mi relación efímera con su jefe.
 
«Pero volvamos a La Norma.
Durante los descansos el Che conversaba con quienes estábamos a su lado, nos hacía preguntas sobre nuestras vidas. Yo me alejaba porque mi papá había sido oficial del ejército batistiano y aquello me acomplejaba. Pero un día sucedió lo inevitable. Hizo la pregunta y tuve que contarle el pasado de mi viejo. Estaba desplomado.
Él se dio cuenta. Me puso la mano en el hombro:
—¿Y tuvo problemas con la justicia revolucionaria?
—No. Comandante. Nunca cometió crímenes ni abusos.
—Sabés, los hijos no son culpables de lo que hicieron los padres.
 
«A pesar de sus palabras, me quedé derrumbado. Pensé: Gerónimo hasta aquí llegó tu carrera de periodista. Él continuó conversando con los demás. Al final le pregunté con timidez:
—¿Comandante mañana dónde cortará caña?
«Le preguntaba lo mismo todos los días para planificarme. Él guardó silencio, fueron unos segundos que a mí me parecieron una eternidad. Yo me dije: carajo qué bruto soy. Ahora el Che no tiene confianza en mí, porque soy hijo de un batistiano».
—Te acordás del campito del haitiano, allí estaré.
 
«Qué alegría me dieron sus palabras. El campito del haitiano fue bautizado por él. Es que unos días antes se apareció un carrito con paleticas de helado y él le dijo a un haitiano:
—Pití, te pago todas las que comas. El pobre hombre se hartó y le dio la punzá del guajiro. Y formó un lío.
 
«Yo le digo a la gente que tengo dos títulos de periodista, uno me lo dio el Che y el otro la Universidad. Sí porque durante las jornadas de trabajo voluntario más de una vez me puso la mano en el hombro y me decía periodista esto, periodista lo otro. Yo le rectificaba, corresponsal Comandante, corresponsal. El último día ocurrió lo mismo. Pero fue él quien me rectificó:
—No chico, ya tú eres periodista, acabas de graduarte.
 
«Un día voy a fotografiarlo mientras se comía un pedazo de caña y me dijo que no publicara esa foto porque la gente iba a decir que él había venido a comer caña y no a trabajar. Esa foto la guardé como una reliquia y la incluí en el libro.
—¿Cómo surgió la idea de recoger en un libro la historia del Che obrero, cortador de caña?
«Se la debo a mi hijo Jorge Luis. Estábamos mirando las fotos del Che en La Norma y me dice ‘papá ese es otro Che’. Y yo le respondí. ‘No, es el mismo que tú conoces, el de las hazañas, lo que en este instante histórico cambió el fusil por los instrumentos de trabajo para transformar la débil economía que heredamos del capitalismo’. Así me di cuenta de que era necesario rescatar una de las facetas menos conocidas del Guerrillero Heroico. Y nació Che: una nueva batalla.
 
—¿El libro, publicado en el 1994 gracias a la solidaridad de amigos franceses, fue un best seller?
«Se imprimieron 50 mil ejemplares. Tuvo dos tiradas, una en español y otra en francés. A mí me ha dado muchas satisfacciones. Salió a la luz en el año más difícil del Período Especial, cuando la vida y la obra del Che resultaba un asidero ideológico, luego del derrumbe y desaparición del campo socialista.
 
Yo digo que el Che tiene admiradores en todo el mundo. Una vez estaba en Guadalajara, México, participando en la feria, fui a presentar el libro. Salgo a la calle y se me olvidó llevar el pasaporte. Me detuvo la policía y me iba a llevar para la estación. Me preguntaron que quién era y cuando les dije que periodista cubano y autor de un libro sobre el Che, enseguida cambiaron de actitud y me liberaron.
 
«Con los mexicanos tengo otra anécdota. Una noche me llamó el actor Carlos Bracho desde Laredo:
—Oye, sabes por qué te llamo.
—Para saludarme.
—Sí, pero para decirte que estoy en la frontera con quien tú sabes (se refería a Estados Unidos) y me encontré en una librería con tu libro. Rompiste el bloqueo mi hermano.
—No chico, fue el Che quien lo rompió.
 
«Otra vez estaba en España en una actividad de solidaridad con nuestro país. Al final una muchacha solicitó la palabra y peguntó que cómo podía ayudar a los cubanos. Le dije que con una ambulancia para los enfermos que se les hacían hemodiálisis y necesitaban trasladarse hacia un hospital en La Habana. Pasó el tiempo y un día me entero que ya la ambulancia se hallaba prestando servicios en la capital del país. Yo te digo que el Che siempre está abriendo puertas».