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CINE DEBATE ENTRE CAÑAVERALES

29.06.2012 21:50

 

Por José Antonio Quintana.
 
                                        La película se proyectaba sobre una pared de tablas, cobijada por un techo de guano. Todo trascurría tranquilo en medio de una noche de asombro y descubrimientos para los guajiros de un caserío en el central Amancio Rodríguez. «Apaga eso coño, apaga eso, que me quemas la casa», le gritó un fornido campesino con el machete en la mano al observar sobre su casa, convertida en pantalla de cine, una escena que mostraba las llamas incontrolables de un incendio que devoraba un cañaveral.
 
El moronense Eldo Ortega Toris mientras recuerda se ríe del susto que pasó ese día cuando su cine móvil llevó por primera vez el séptimo arte a personas humildes, en su mayoría analfabetas. Entonces estaba inmerso en uno de los proyectos culturales más conmovedores de la Revolución. «Miles de kilómetros anduve por los lomeríos, costas, cañaverales. Aquel carro era mi casa rodante durante 26 días cada mes. Solo descasaba 4. Me daban un plan con el itinerario que debía seguir y no regresaba a Camagüey hasta que lo cumplía. No importaba si llovía, si los caminos estaban desfondados, si había bandidos. Para defenderme de estos me dieron una metralleta.
 
«Pero el sacrificio valía la pena. La gente te lo agradecía, gritaba al acercarse el carro. Era como en los tiempos en que llegaba el circo. Con la diferencia de que conmigo se divertían, lloraban, y aprendían. En esa época casi pierdo el nombre, los espectadores me decían Icaic. Ahí viene Icaic, exclamaban jubilosos cuando la silueta del carro se asomaba en los bateyes y poblados.
 
«Mi pasión por el cine fue precoz. A los 13 años vi la primera película. Fue en el cine San Carlos de Morón y quedé atrapado para siempre. Como no tenía dinero para pagar las entradas, comencé a ayudar en la limpieza, después me contrataron y distribuía el programa casa por casa, era una forma de hacer propaganda. Así, hasta que aprendí el oficio de proyectista.
 
«Después del triunfo de la Revolución me incorporé a las milicias y participé en las Lucha Contra Bandidos en el Escambray. Era miembro de la Asociación de Jóvenes Rebeldes y a través de esta organización distribuyeron unas becas para pasar un curso de camarógrafo. Fui seleccionado. De esta manera se inició la etapa más linda de mi vida. La escuela radicaba en el Hotel Habana Libre, allí estudiábamos y vivíamos. El Che visitó brevemente en una ocasión al grupo. Parece que solo quiso constatar cómo marchaba el proyecto.
 
«Surgió la idea de crear los cine móviles y hablaron con nosotros. Necesitaban proyectistas. Pidieron voluntarios por dos años para llevar acabo la iniciativa. Nos dijeron que luego continuaríamos el curso. Eso no se lo cree nadie, pensé, mas di mi disposición. El seminario para manipular los proyectores fue intenso, rápido. Enseguida nos distribuyeron. A mí me asignaron a la provincia de Camagüey.
 
«La mayor satisfacción que me dio aquel trabajo fue estar tres días pasándole películas a quienes cortaban caña en La Norma en el mes de febrero de 1963. En ese lugar, sentado en una silla de madera, de esas que llamamos de tijera, tuve a un espectador excepcional: al Che. «Un lunes iba a partir temprano. José Manuel Pardo, director provincial de los cines móviles me llama a su oficina: —Eldo, mañana vas para el central Ciro Redondo. Allí está el Che cortando caña y pidió un cine móvil. Tú eres el hombre…
 
«Llegué como a las cinco de la tarde al campamento de La Norma, bajo un aguacero. Expliqué al responsable a qué venía. Esperé al Che. Se apareció al oscurecer, mojado, con una mocha en la mano. Le dijeron los motivos de mi presencia y él, luego de saludarme me preguntó muy serio:
—¿Y usted cuándo se incorpora a cortar caña?
—Cuando usted me ordene, Comandante.
 
«Parece que era una broma, para conocer mi disposición, pues enseguida cambió de tema y se interesó por la labor que desarrollaba, quiso saber qué lugares visitaba, cómo reaccionaba el público. Al final se preocupó por el recibimiento que me habían dado y satisfecho se marchó. Por la noche estaba preparando la proyección y miro para la puerta del carro, en ese instante él llegaba.
—¿Puedo subir?
—Sí, Comandante.
—Siéntese en esta silla.
«Le di la de tijeras, la única que había. Comenzó a preguntarme cómo funcionaba el proyector, cómo era mi vida, dónde cocinaba. También quiso conocer si tenía en la bóveda Un hombre de verdad. Le dije que no, pero que en Camagüey contábamos con una copia.
 
«En esa primera función expuse Tiempos modernos, dirigida, escrita y protagonizada por Charles Chaplin. Se trataba de una crítica al sistema capitalista, reflejaba la situación desesperada de los trabajadores en la sociedad norteamericana durante la Gran Depresión de 1929, cuando el desempleo provocó una ola de hambre y miseria.
 
«Las películas que más incluíamos en nuestras funciones eran mexicanas, españolas, soviéticas y checas, y en menor medida norteamericanas. Estas últimas habían predominado antes del ‘59. Dentro de la filmografía procedente del campo socialista, hasta entonces casi desconocida por el público cubano, exhibíamos con prioridad las que abordaban temas bélicos, patrióticos. En especial las que narraban las hazañas de los combatientes, así contribuíamos a elevar la moral y el espíritu de lucha del pueblo, que sufría las amenazas y agresiones militares organizadas por el gobierno de los Estados Unidos. Por eso el Che quería que trajera Un hombre de verdad.
 
Después que terminé. El Che se acercó».
—Ve mañana a Camagüey para que traigas Un hombre de verdad.
—Está bien Comandante, salgo tempranito.
—Sí, pero en mi yipi que gasta menos combustible y regresa rápido.
 
«Llegué a Camagüey. Le expliqué a José Manuel Pardo la orden del Che.
—Oye, pero esa película está en el carro que fue anoche para Santa Cruz.
—Pues voy para allá de inmediato, el Che me dijo que regresara rápido.
 
«Por el camino me encontré con el cine móvil y recogí la cinta solicitada. Como se sabe la película está basada en la novela de Boris Polevoi de igual nombre que narra la historia real de Alexei Meresiev, piloto soviético a quien le derribaron el avión que tripulaba y perdió sus piernas. Pero con mucho esfuerzo volvió a combatir a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
 
«Esa noche presencié el primer cine debate. Yo acostumbraba a hacer un comentario antes de comenzar la proyección sobre el contenido de la película, al final preguntaba si querían decir algo. Casi nunca intervenían, quizás por miedo escénico, o por ignorancia. Sin embargo en aquella ocasión fue diferente. El Che se paró de la silla de tijeras.
—Ey, ey, a dónde van. No se apuren que ahora vamos a hablar sobre Un hombre de verdad. ¿Qué piensan de la actitud del protagonista?
«La gente cogió confianza y habló. El intercambio de opiniones fue fructífero, enriquecedor, él les explicó sobre la valentía del pueblo soviético, su historia, su papel en la derrota del fascismo.
 
«Yo estaba encantado, muy contento con el resultado de mi trabajo. Al tercer día me preguntó:
—¿Hasta cuándo vas a estar aquí?
—No sé Comandante.
—Mira ya cumpliste tu trabajo, continúa con tus recorridos por los campos, allí también te necesitan.
 
«La silla de tijera tiene su historia. La guardé como un tesoro. En el ‘70 pasé a otras funciones y dije lo único que me llevo es esta silla, en la que se sentó el Che. Entregaré otra para sustituirla. La puse en un cuartico de desahogo, detrás de mi casa. Allí permaneció colgada en una pared hasta que un trueno le cayó al cuartico y quemó todo lo que tenía dentro. Así perdí el único recuerdo material de mi encuentro con el Che Guevara. Sin embargo no se me ha borrado su imagen, las veces que me dio la mano… He soñado con aquellos tres días, son sueños que se mezclan con voces: “Ahí viene Icaic, ahí viene Icaic.»